Otra razón para el aeropuerto
Las razones de López Obrador para cancelar el aeródromo probablemente
siguen siendo legítimas desde su perspectiva, pero las circunstancias políticas
han modificado la conveniencia de esa decisión
No es el Plan Marshall que reconstruyó la destruida Europa, ni por la
escala ni por la trascendencia mundial, pero el programa divulgado el martes
por Estados Unidos y México para detonar el desarrollo del sur y de
Centroamérica constituye un anuncio histórico.
Solo el tiempo dirá cuánto de las buenas intenciones que abriga este
programa llegará a ser realidad. Pero nadie podrá negar que se trata de una
iniciativa en la dirección correcta para atacar en su origen el problema de la
migración en la región. Más aún, visto desde afuera, parecería un pequeño
milagro diplomático arrancar de EE UU algo más que la diatriba humillante que
ha caracterizado al Gobierno de Trump en contra de los emigrantes.
En términos políticos representa un pequeño pero muy bienvenido triunfo
para el Gobierno de López Obrador, en momentos en que tirios y troyanos le
tunden por motivos reales y presuntos en su primer mes de ejercicio. Para todos
ha quedado claro que el nuevo líder planteó expectativas muy rápidas y muy
ambiciosas antes de considerar los escasos márgenes políticos y económicos con
los que habría de arrancar. Ofrecer un presupuesto austero y responsable como
lo ha hecho esta semana (una de las promesas) necesariamente ha entrado en
contradicción con otras promesas que habrían requerido una chequera más vasta
y, por desgracia, inexistente al corto plazo.
No se trata solo de una limitación económica. No solo es una cobija
presupuestal que obliga a destapar un hombro para cubrir un pie (sacrificar en
cultura y ecología para favorecer a los jóvenes desempleados, por ejemplo),
sino también de un margen de operación política que solo permite abrir un
limitado número de frentes. Si López Obrador no administra bien sus batallas
con los distintos sectores afectados por sus políticas, su anhelada Cuarta
Transformación quedará en anécdota.
No puede desafiar a las empresas mineras al mismo tiempo que a las
televisoras, a los mercados financieros y a los organismos empresariales, a las
grandes constructoras del país y a las ONG del sector privado decisivas en la
formación de opinión pública, a los Gobiernos estatales de oposición y a los
líderes sindicales del pasado. López Obrador enfrenta la veleidad de mercados
financieros que miran con enorme suspicacia los titubeos de un gobierno que
intenta modificar el statu quo. No es poca cosa. Cabría incluso la pregunta si
todavía es posible en un mundo de globalización neoliberal introducir cambios
significativos a favor de los sectores empobrecidos y las regiones marginadas.
No se trata de convertirse en rehén de los grupos de poder, sino de escoger con mucho tiento una a una las batallas que habrá de librar con cada uno de ellos para conseguir un estado de cosas menos injusto. Más que encender la pradera con el advenimiento de una Cuarta Transformación ambigua y confusa para muchos, el presidente tendría que asumir que esa narrativa fue útil en la campaña y que ahora requiere convertirse en un hábil jugador de palillos chinos: ¿Cómo remover uno a uno sin testerear al resto?
No se trata de convertirse en rehén de los grupos de poder, sino de escoger con mucho tiento una a una las batallas que habrá de librar con cada uno de ellos para conseguir un estado de cosas menos injusto. Más que encender la pradera con el advenimiento de una Cuarta Transformación ambigua y confusa para muchos, el presidente tendría que asumir que esa narrativa fue útil en la campaña y que ahora requiere convertirse en un hábil jugador de palillos chinos: ¿Cómo remover uno a uno sin testerear al resto?
Este martes López Obrador reaccionó con rapidez y rectificó un error al
anunciar que el recorte de presupuesto a las universidades públicas dado a
conocer un día antes sería subsanado. La cobija había destapado una porción
políticamente explosiva. El problema es que no puede hacer lo mismo con cada
una de los reclamos sociales o las resistencias del sector empresarial y de los
actores políticos. Lo cual nos lleva al debatido tema de la cancelación del
nuevo aeropuerto, la ambiciosa obra del Gobierno anterior que López Obrador
amenaza detener pese a un 30% de avance y entre duros cuestionamientos del
mercado financiero, del sector empresarial y de la opinión pública mexicana.
Probablemente sus razones para cancelarlo siguen siendo legítimas desde su
perspectiva (corrupción en el proceso, innecesario, gasto suntuoso). Pero las
circunstancias políticas han modificado la conveniencia de esa decisión.
Por un lado en términos económicos. Evitarse la indemnización de varios
miles de millones de dólares le daría un margen presupuestal para subsanar
recortes en otros rubros y satisfacer así promesas incumplidas que han
comenzado a costarle políticamente. Ya en una ocasión el propio López Obrador
jugó con la posibilidad de ofrecer la continuación del proyecto al capital
privado, en lugar de cancelarlo y ponerse a construirlo en otro lado.
La señal de responsabilidad y contención que enviaría a los mercados
financieros y a la opinión pública le otorgaría un margen de negociación que
valdría oro en los muchos otros frentes que tendrá que abrir en el futuro.
Retractarse sobre el tema del aeropuerto puede ser un golpe al orgullo
personal, pero constituiría una decisión atinada de cara al estadista en el que
quiere convertirse. Los objetivos sociales que él persigue son admirables pero
un verdadero parto en los montes, bien valen una rectificación táctica a
tiempo.
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