El dilema de la caravana migrante: apuestas arriesgadas e
intereses encontrados
Las autoridades tratan de convencer a los migrantes para que
soliciten el refugio, un trámite complicado, y que propiciaría un freno a la
marcha, entre las difíciles condiciones de los afectados
¡Vamos a pasar caminando, es muy importante que estén
juntos!”. La tensión frena a la caravana migrante, una columna humana que se
extiende por un par de kilómetros. Las camionetas de la Policía Federal
mexicana rondan al contingente. Un helicóptero sobrevuela a los miles de
inmigrantes centroamericanos que buscan abrirse paso por México y hacerse
camino a Estados Unidos. “¡No los vamos a detener! ¡Solo queremos que conozcan
las opciones que tienen!”, dice uno de los agentes migratorios. “¡Tranquilos,
compañeros, ahora pasamos!”, dicen las personas que lideran a la caravana.
Pasan unos minutos y el cerco policial se repliega. Volverán a encontrarse más
adelante, mientras avanzan las horas y el sol cae a plomo en la frontera entre
el Estado de Chiapas y Guatemala.
El dilema de la caravana migrante: apuestas arriesgadas e
intereses encontrados La caravana de migrantes centroamericanos avanza por
México
Pompeo presiona a México para evitar que la caravana
migrante llegue a EE UU
“No aguantamos más”: la desesperación de los migrantes
¿Cómo controlar a un contingente de 7.000 personas? Esa es
la pregunta que enfrentan las autoridades mexicanas y los organizadores de la
caravana. La marcha de este domingo hacia Tapachula, a unos 30 kilómetros de la
frontera, cambió las piezas del tablero. A su paso por Guatemala, los migrantes
formaban una cadena dispersa. Sus eslabones eran pequeños grupos o brigadas que
se acercaban y se alejaban en función de sus capacidades físicas y económicas.
Los que tenían dinero y podían avanzar en autobús, los que tenían que viajar de
jalón [a dedo], los que tenían que caminar largos trayectos. La larga espera en
Tecún Umán, en el límite guatemalteco, hizo que se congregaran miles y que la
caravana se aglomerara y avanzara junta hacia México cuando lograron cruzar el
río Suchiate.
Hacia fuera, el éxodo masivo de inmigrantes hondureños es
horizontal, no tiene líderes visibles ni portavoces. Existe, sin embargo, una
organización hacia el interior. De otra forma, la coordinación de la ruta y de
los miembros del contingente sería imposible. En la vanguardia de la caravana,
algunos miembros llevaban chalecos verdes. “¡Péguense a la raya, no obstruyamos
el tráfico!”, pedían a los migrantes, para no obstruir la angosta carretera que
conecta Ciudad Hidalgo, en las orillas del Suchiate, y Tapachula. “¡Por la
derecha, por la derecha!”. “¡No se adelanten, detrás de la bandera!”. “¡Mujeres
y niños al frente!”. “¡No se suban a los camiones!”. Eran algunas de las
consignas que lanzaban hacia los miembros de la caravana. Hay también
liderazgos medios que organizan a pequeñas brigadas de mujeres o familias, por
ejemplo. Y hay migrantes que se dejan guiar, que se mantienen con el
contingente porque consideran que es su mejor apuesta para seguir hacia el
norte.
En el grueso de la caravana ha permeado la desconfianza de
las autoridades mexicanas. Después de que la caravana rompió el cerco policial
en la aduana guatemalteca y corrió eufórica por el puente fronterizo Rodolfo
Robles, se toparon con las puertas de México. Y estaban cerradas. Era el primer
país para el que necesitaban un documento migratorio para transitar. Existe un
acuerdo migratorio entre Guatemala, El Salvador, Honduras y Guatemala para
circular sin mayores contratiempos. Pero ese acuerdo no incluye a México.
Más adelante, vino el episodio de los gases lacrimógenos y
pimienta que lanzaron los agentes mexicanos, en respuesta a una supuesta
agresión de los migrantes. El puente era una ratonera, no había para dónde
correr, para dónde dispersarse, estaba abarrotado. Las escenas fueron
dramáticas. El precedente ha sido difícil de olvidar entre los migrantes. Han
pasado solo tres días. Muchos niños y mujeres tuvieron que replegarse, como
pudieron, con los ojos llorosos, a merced del calor y de la concentración
masiva de gente.
Las leyes migratorias de México obligan, en el papel, a que
los migrantes consigan un permiso de paso o que tramiten las solicitudes de
refugio. Muchos no conocen los requisitos ni saben que toma mucho tiempo, al menos
45 días. “¿Y para el asilo necesito dar un motivo muy fuerte para que me lo
otorguen?”, preguntaba una migrante hondureña a uno de los trabajadores de
migración que estaba del lado mexicano del portón. “Lo único que queremos es
que lleguen seguros”, decía al pie de la carretera el comisionado de la Policía
Federal, Manelich Castilla. Habían dispuesto camiones para llevarlos a
albergues, donde las autoridades les prometían que recibirían ayuda para
regularizar su situación migratoria. Muchos habían cruzado sin documentos,
caminando agarrados de un cordón de unos 400 metros y en balsas sobre el río
Suchiate. La caravana no confiaba. Los vehículos tuvieron que alejarse.
“Tristemente, parece que la Policía mexicana y el Ejército
han sido incapaces de detener a la caravana”, ha reclamado este lunes Donald
Trump en su cuenta de Twitter, con la mirada puesta en la elección intermedia
del próximo 6 de noviembre. En el terreno parece que el Gobierno mexicano,
presionado por Estados Unidos, necesita proyectar la imagen de que está
“haciendo algo” para controlar a la caravana, pero sin la imagen de que está
reprimiendo a los migrantes. Como sucedió en el puente fronterizo, después del
portazo a la aduana guatemalteca. La estrategia es llevar a cabo los trámites migratorios
de los migrantes, en procesos individuales, que les permitirán decidir quiénes
siguen, quiénes se quedan y quiénes serán deportados. Si esa táctica se impone,
el avance de los miembros de la caravana se debilitaría: el contingente se
dispersaría y no podrían avanzar juntos porque sus trámites se resolverían en
diferentes momentos o porque muchos serían deportados a Honduras: “¡No se suban
a los autobuses!”.
Conseguir papeles, en teoría, daría opciones a algunos de
los refugiados que huyen de la violencia y la represión de su Gobierno, si la
padecen directamente. Pero es casi una apuesta igualmente arriesgada que seguir
de forma irregular. Las solicitudes de refugio han pasado de 1.296 en 2013 a
14.596 en 2017, un aumento de más del 1000% en cinco años, según cifras
oficiales. En este periodo, nueve de cada diez solicitudes provinieron de
Honduras, El Salvador y Guatemala. Y el año pasado solo se aprobaron 1.907
solicitudes, el 13%. El proceso está saturado y la tasa de rechazo es alta.
Las organizaciones no gubernamentales han alertado también
de las difíciles condiciones que la caravana enfrenta: durmiendo a la
intemperie y expuestos a la inseguridad del crimen organizado o a ser detenidos
y deportados por las autoridades. Todo esto en grupo en el que uno de cada
cuatro migrantes son niños, niñas y adolescentes, de acuerdo con la
organización Save the children. La caravana baraja los siguientes pasos a
seguir. La extenuante jornada del domingo les permitió avanzar a Tapachula.
Pasaron la noche del lunes en Huixtla, a 70 kilómetros de la frontera con
Guatemala. Aún les quedan 2.000 kilómetros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario